lunes, 14 de diciembre de 2009

FISIOCRACIA Y LIBERALISMO.-

La fisiocracia, hija de la Ilustración francesa, se impuso en Francia en la segunda mitad del siglo XVIII para extenderse posteriormente por toda Europa. El término fisiocrático deriva de Phycis (naturaleza) y kratéin (dominar). Según esta escuela de pensamiento, existe un orden natural de la economía y de la sociedad sobre cuyo modelo deben estructurarse la sociedad y los estados existentes. Ese orden natural establece que los hombres puedan disponer libremente de cuanto producen con su propio trabajo: la propiedad y el libre uso de ella son los pilares sobre los que establece el derecho natural. El orden natural de la producción, de la circulación y de la distribución es un mecanismo que se autorregula; es decir, que corrige por sí solo los eventuales desequilibrios. Toda intervención reguladora que altere las leyes de la economía y del libre comercio corrompe esta dinámica natural y produce unos daños mayores que los que trata de remediar. Según esta teoría existen sectores productivos y no productivos: el sector productivo es aquel capaz de dar un producto neto[1]. Este excedente o producto neto se da tan sólo en la agricultura y en general en las actividades relativas a la tierra (minas, excavaciones, etc). en los demás ámbitos, como la industria y el comercio, el valor producido anteriormente es transformado y hecho circular, pero no se da en absoluto producción de nuevo valor: por eso estas esferas económicas deben estar subordinadas a la productiva. Para los fisiocráticos, la agricultura representa una vertiente en la evolución histórica del género humano: antes de su aparición hubo economía de mera subsistencia; sólo la agricultura permitió una economía y de acumulación (Cordoncet: Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano (1794) y Turgot: Marco filosófico de los progreso sucesivos del intelecto humano (1750).

En el plano político, coherente con esta concepción de libertad social, productiva y de libre circulación que trae consigo la prosperidad económica, los fisiócratas apoyan una monarquía absoluta dentro de un Estado fuerte capaz de derribar los vestigios del régimen feudal y de allanar el camino a la libre economía capitalista. en Francia, las doctrinas fisiocráticas tuvieron ocasión de ser puestas en práctica durante el período en que Turgot fue interventor general de Finazas (1774-76), pero supuso una prueba fracasada. En la ‘querelle’ que le siguió intervino Condorcet con el escrito Reflexiones sobre el comercio de granos (1776). Un escrito más general del pensamiento económico y social de esta escuela corresponde a Turgot y lleva por título Reflexiones sobre la formación y distribución de las riquezas (1776).

El filósofo David Hume (1711-1776) debería ser considerado, junto a A. Smith, como uno de los fundadores de la economía política clásica. Tanto los fisiócratas como Hume estaban adheridos al individualismo y al liberalismo económicos aunque las filosofías en que basaban su respectiva adhesión a estos principios eran completamente diferentes. Los fisiócratas postulaban un orden del mundo providencial, armonioso, inmutable y beneficioso. Para Hume todo esto eran cosas que estaban más allá del conocimiento humano y su punto de partida, a diferencia del de los fisiócratas, era más bien la naturaleza del hombre que la naturaleza de mundo. Hay también una profunda diferencia entre los métodos de Hume y los de los fisiócratas. Los fisiócratas eran racionalistas que querían encontrar verdades evidentes, más a la luz de la razón, que con la ayuda de la experiencia. Hume, por el contrario, era un empírico que practicaba el método de la observación. Ambos rechazaron los dogmas del mercantilismo, sosteniendo el libre intercambio y complementariedad económica a nivel internacional.

Si bien tiende a considerarse a Hume como precursor de la actual ciencia moderna y la primera gran figura del pensamiento económico que abrió el camino para establecer la economía política como una parte constitutiva de una ciencia social más amplia fue, sin embargo, A. Smith (Kirkaldy, 1723-Edimburgo,1790), sucesor de F. Hutcheson en la academia de filosofía moral de la universidad de Glasgow, quien con su obra Teoría de los sentimientos morales (1759) preanuncia ya algunos de los temas más importantes del pensamiento económico y sociológico moderno. Para Smith, un sentimiento de simpatía, entendida como una comunión de sentimientos, hace que el individuo exprese un juicio favorable del comportamiento del prójimo y que espere lo mismo de los demás. De modo análogo, en economía política, A. Smith mostrará que el juego absolutamente espontáneo del egoísmo debe bastar, siempre que no intervengan medidas premeditadas de los gobiernos, para aumentar la riqueza de las naciones. Para Adam Smith, el Estado debía abstenerse de intervenir en la economía ya que si los hombres actuaban libremente en la búsqueda de su propio interés, había una mano invisible[2] que convertía sus esfuerzos en beneficios para todos.
Es este un acto de cooperación que podría conducirnos a la llamada teoría de los juegos y más en concreto al famoso dilema del prisionero[3]. Este conjunto de expectativas reciprocas vincula a los individuos y convierte a la sociedad en un sistema de intercambio de servicios (cooperación) entre individuos. En este sistema, la libertad es la condición de todo posible progreso y la injusticias creadas por la libertad misma no son tan insoportables como para justificar una renuncia a la libertad misma.

Su Esbozo de la riqueza de las naciones (1763) y su obra mayor, Investigaciones sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones (1776), es una indagación de las condiciones de equilibrio y duración de una economía industrial, base del progreso económico de las naciones. Aunque influido por la fisiocracia, Smith parte de una premisa que lo distingue de ella: el trabajo humano produce toda riqueza, y todo incremento de riqueza se debe a un incremento de la productividad del trabajo y, en particular, a un perfeccionamiento de la división del trabajo[4]. Por otro lado, si el valor de una mercancía es la cantidad de trabajo que se necesita para producirla, el intercambio de mercancías es en realidad el intercambio de trabajo necesario para producir la mercancía. Así pues, su factibilidad económica está limitada por la extensión del mercado. A la teoría del valor/trabajo sigue la distinción entre valor de uso y valor de cambio[5]. La importancia que Smith atribuye al concepto de trabajo convierte su pensamiento en una filosofía del trabajo.

Smith identifica la riqueza de las naciones con la producción de bienes de consumo, definición que contrasta fuertemente con la entonces predominante tradición mercantilista que identificaba la riqueza con el dinero en sí. En la esfera política, la división del trabajo smithiana se apoya en una división social tal y como lo expresa Condorcet en el compendio que realiza de la obra principal del escritor escocés cuando afirma: “El autor de la obra que analizamos considera el trabajo como origen de todas las riquezas de las naciones, y bajo este concepto examina en el libro primero las causas productivas del trabajo, y el orden con que sus productos se han ido distribuyendo naturalmente entre las diferentes clases de sociedad”[6].
En la obra smithiana se encuentran los orígenes de la mayoría de los discursos del pensamiento económico moderno. Smith supo captar el capitalismo que sobrevenía y ofreció una argumentación teórica de la estructura de clase de la sociedad burguesa diferenciando por primera vez a los trabajadores asalariados como una clase especial y poniendo de manifiesto en esencia, la oposición de los intereses de dicha clase frente a los intereses de los poseedores.

NOTAS.
[1] Excedente calculado como la diferencia entre el producto bruto anual y los costes de los gastos o anticipos (máquinas, materias primas, etc.) y de los salarios fijados, acorde con la “naturaleza”, sobre la base de las necesidades ineludibles de los trabajadores.
[2] “Metáfora utilizada por Adam Smith en sus obras La teoría de los sentimientos morales (1759) y La riqueza de las naciones (1776) para describir el hecho de que en una economía de libre mercado el comportamiento anárquico de los individuos (productores y consumidores) guiados por su propio egoísmo (los productores buscando el máximo beneficio o lucro, y los consumidores la máxima satisfacción o utilidad) produce resultados que concuerdan con el interés general de la colectividad, esto es, conduce a situaciones de máximo bienestar social.”
Texto extraído de http://www.economia48.com/spa/d/la-mano-invisible/la-mano-invisible.htm
[3] El dilema del Prisionero aparece con frecuencia en economía y en otros contextos. Este juego se ha discutido mucho en la literatura sobre la asignación de recursos como ilustración del fracaso de la adopción individualista de decisiones y como justificación de un contrato colectivo. Por medio de un contrato colectivo el grupo de individuos sale mejor parado que mediante la acción individualista. Se da una relación con el contraste que establece Rousseau entre “la voluntad general” y “la voluntad de todos” y con la necesidad de un “contrato social” para lograr lo que quiere la voluntad general. En el Dilema del Prisionero, puede interpretarse que la voluntad general es la regla de no confesar, que es lo beneficioso para ambos, y el instrumento para alcanzarlo sería un tratado recíproco de no confesión. Pero ¿si no puede concluirse este contrato? Es este el tipo de situación donde las reglas morales han desempeñado tradicionalmente un importante papel. Las situaciones del tipo del Dilema del Prisionero ocurren de muchas maneras en nuestra vida, y algunas de las reglas tradicionales de buena conducta exigen que se suspendan los cálculos estrechamente ligados a la racionalidad individual.
[4] Smith A. Investigación sobrela naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones “(...) la amplitud de esta división se halla limitada por la extensión del mercado. Cuando este es muy pequeño, nadie se anima a dedicarse por entero a una ocupación, por falta de capacidad para cambiar el sobrante de su producto de trabajo (...)”
[5] Entre la utilidad de un objeto particular, que hace deseable su posesión; y la facultad, que deriva de su posesión, de adquirir con él una mercancía.
[6]E-Bookelectrónicoen: http://www.eumed.net/textos/07/compendioDeRiquezaDeLasNaciones.pdf
Antonio Arias

1 comentario:

  1. Magnífica entrada, Antonio. Lo único que habría que añadir son las fuentes suplementarias de información.
    Un saludo,

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